Por mucho que quiera lograr buenos resultados no lo hago.
Pero los resultados van mejorando cada vez un poco más. Ten paciencia!
- Estoy escuchando algo pero no veo nada o
a nadie.
- El
sonido se acerca pero se confund
e con las plantas.
- Vamos, acer
quemos un poco más.
- ¡Cuidado, es una criatura! Pero no sé si es un niño o una niña.
En el corazón de la Selva donde el verde habita con todos sus tonos, donde el viento acaricia las ramas de los árboles, allí en medio de la vida estaba el hogar de Yambe, una criatura del color de las maderas preciosas. Yambe formaba
un todo con las plantas y los animales. Esa harmonía era posible porque
allí en la soledad la joven había aprendido amarse y amar a los demás. La Tierra y ella eran hermanas que se ofrecían el
calor una a la otra. Su forma de comunicarse, su inteligencia le permitía soñar y construir momentos de verdadera alegría con los demás. Así las plantas le daban sus frutos, y ella les regalaba su risa y compartía con
los animales la astucia para detectar los peligros.
- Esa ….es una chica y trata de decirnos algo.
“Que animales mal raros.Vaya, se parecen a mí, sus brazos, sus piernas u sus ojos”
- Vive sola. ¿Cómo te llamas?
- Ma…Yambe.
- Yambe. Lindo nombre. Eres una gran chica.
- Tú eres una persona, y tu lugar no está aquí. Ven a vivir con nosotros, los humanos vivimos juntos.
En la Selva Yambe había aprendido que cada parte de su cuerpo era importante porque le servía para comunicarse, para dar
y recibir afecto, para defenderse. Pero eso de ser una persona también le pareció lindo. Nunca había sabido que era, porque no se encontraba parecida a ninguno de los animales que la rodeaban. Ahora como persona, como humana
podía ser parte de un grupo de iguales.
- Iguales.
- Sí, pero entre los humanos hay hombres y mujeres, y tú eres una mujer.
“Mujer.. no sólo soy humana, soy algo más todavía, soy mujer”.
- Extraño, Selva, aquí, yo con iguales…
- Ja ja ja así es, Yambe.
- A puedo compartir más que con Selva.
- Sí, claro que sí. Por eso tienes que ponerte esta ropa. Aquí las mujeres
nos vestimos así.
Una mañana muy decidida cuando Yambe trató de seguir llevando su propia vida, quiso correr. Pero la ropa, que se había puesto, no se lo permitió. Esto le resultó extraño pero siguió adelante. Otro día quiso ir a cazar.
- Niña, ¿qué vas a hacer? ¿Estás loca, cómo se te ocurre? Las mujeres no cazan, esa es una tarea de hombres.
“Tarea de hombres”.
- Yo cazo siempre bien, muy bien, bien.
En el poblado nadie escuchaba sus argumentos, y si quería seguir viviendo en el poblado, tenía que resignarse a quedarse en la casa como las otras mujeres para cocinar y limpiar. Así había sido siempre, era la costumbre y la tradición. Tampoco podía perderse en la vegetación para jugar con los animales.
- ¿Qué te pasa, Yambe, por qué estás tan triste?
- Yo no soy la misma. Ya no puedo amar a los demás porque ya no me tengo el mismo cariño.
Una mañana, después que los hombres salieron a cazar, Yambe tomó el camino de la Selva y volvió pasado el mediodía. De la cacería trajo unas piezas inmejorables, luego las cocinó y todos comieron de ellas.
En la noche, bajo la luz de la luna
y al son arrebatador de
los tambores, la joven
bailó ante y todo el poblado, y todos presenciaron la danza más hermosa que vieron en toda su vida.
- Nunca había visto a nadie bailar así.
- Su baile hermoso, sus movimientos
son tan...tan libres.
“Pero aquí nada lo entiende. La libertad permite que las personas se quieran y pued
an querer a los demás”.
A la mañana siguiente Yambe desapareció entre la espesura de la Selva, y nunca más se volvió a saber de ella. Pero desde ese día nada fue igual en el poblado. Todos estuvieron atentos a las diferencias individuales, a reconocer las cualidades, las habilidades y los valores que poseen las niñas , entendieron que la tradición y la cultura son importantes, pero sólo la libertad permite que las personas se quieran, se valor
en a si mismas y pued
an querer y valorar a los demás.