«Ahí vienen los rusos a pedir otra vez»
Florentino Alonso dice que los evacuados «somos siempre extranjeros»
Todos los «niños de la guerra» llevan tras de sí una historia de dolor y sufrimiento. Tenían entre 3 y 14 años cuando los sacaron de los orfelinatos gijoneses para hijos de combatientes republicanos y los embarcaron solos, rumbo a un país desconocido y a miles de kilómetros de casa. Al margen de lo mal o menos mal que les haya ido en su vida, el triste recuerdo de aquel barco sucio no los abandonará jamás.
«Ya vienen los rusos a pedir otra vez». Esta frase, oída tantas veces a los funcionarios de la Seguridad Social cuando intentaba conseguir una pensión mínima que le permitiera regresar, revuelve las entrañas de Florentino José Alonso Menéndez, natural de la calle Covadonga, que luce tres medallas soviéticas en la solapa, una al mérito en el trabajo. Él tenía 14 años cuando lo evacuaron y califica aquel 23 de septiembre de 1937 como «el día de nuestra mayor desgracia». Y se explica: «Nuestra salida fue un error. Nos llevaron a un país donde siempre fuimos extranjeros y hoy, por desgracia, también lo somos aquí». Su pensión rusa, después de 45 años de trabajo, es de 100 euros, que el Gobierno español completa hasta la pensión mínima no contributiva.
Florentino tiene claro quiénes son los responsables del error. «Los socialistas, comunistas, republicanos... Todos los que permitieron la muerte de decenas de niños», pero sus dardos tienen más blancos: «Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo nos dejaron solos cuando llegó la transición».
Águeda Ruiz Toribios, de 93 años, fue una de las educadoras que enviaron las Juventudes Socialistas con los niños evacuados desde El Musel. Con ella iban sus tres hermanas menores: Araceli, Conchita (ahora en Cuba) y Angelines, que con 5 años era la más pequeña. Poco a poco se fueron desperdigando por distintas ciudades de la Unión Soviética y Águeda, tras la Guerra Mundial, tuvo que realizar varios trabajos para sobrevivir. En diciembre de 1956 volvió a España, dos meses después que Angelines. «Allí nos trataron muy bien hasta que empezó la Guerra Mundial. Luego nos iban llevando de una ciudad a otra y todo fueron calamidades», explicó esta última.
Víctor Bernal Salueña era el único «niño de la guerra» aragonés presente en el acto de ayer. Nació en Fuendetoros (Zaragoza), donde también nació Francisco de Goya, y, al igual que el genial pintor español del XIX, su madre se apellidaba Lucientes. «Eran familia», explicó. Víctor es, asimismo, sobrino de Antonio Salueña Lucientes, «Pintamantas», un popular piloto republicano al que se acusó de bombardear el Pilar. «Fue mentira y todo el mundo lo sabe, aunque hay quien no quiere aceptarlo».
Víctor Bernal salió desde Barcelona a Leningrado, vía Francia, con la última «expedición de los pilotos» en 1938. En Rusia conoció a su esposa, Armonía García Huerta, una de las evacuadas desde El Musel a México que llegó a Leningrado con 12 años en compañía de su madre. Armonía es hija del langreano Casto García Roza, cuya detención y posterior asesinato en 1946 supuso la desarticulación del aparato político de la resistencia. La casa natal de Casto, en la pequeña localidad de La Tabierna, recuerda su lucha por la libertad. «Lo mataron a palos en la Comisaría de la calle Dindurra. Trabajaba con Ambou y era demasiado conocido para volver a Gijón».
Víctor y Armonía viven en Gijón, disfrutando de lo que tanto carecieron en su vida.