Alba, ¡gracias!
El cuento 11 = el cuento 10, por eso no lo voy a escuchar.
Ahora el duodécimo. No pude entender muchas réplicas en voz baja.
Un gran León dormía profundamente en el bosque, cuando aparecio por ahí un Ratón, un pequeño y diminuto Ratón. El León estaba tan callado y tranquilo, que el Ratón pensó que se trataba tan sólo de un montón de paja seca. Por eso empezó a juguetear, subiendo y bajando. Pronto las patitas del Ratón comenzaron hacer cosquillas en el estómago del León, a lo cual éste respondió retorciéndose y estirándose. Abrió primero un ojo, luego el otro, y descubrió al pequeño y diminuto Ratón.
-¿???
-¡No,no, por favor, no!
-¿Tú me has despertado?
-Sí, sí, yo, pero no, señor León, yo, yo...
-Bueno, le pondré fin a esto. Te comeré de desayuno. Pero,¿qué es eso que suena?
-Es mi corazón, su excelencia.
-Pues no, no me gusta. Te voy a comer de una vez para acabar con tantas molestias.
-¡Oh poderoso rey de los animales, por favor, no me coma.
-¡Ratoncito! Creo ¿??? tener buen sabor.
-¡Su excelencia, si me deja en libertad, yo nunca olvidaría su bondad.
-¿Cómo dices?
-Por favor, déjeme ir. Si me deja ir, quizá algún día pueda ser útil.
-¡Ajjajaja! ¿Tú, útil para mí?
-Yo, sí.
--¡Ajjajaja, una cosita tan pequeña como tu nunca podrá ayudarme, nunca, nunca, nunca!
-Nunca se sabe, piénselo, nunca se sabe.
Al León le dió tanta risa que estremeció toda la selva. A partir de ese momento el León se econtró de tan buen humor que se puso a considerar la propuesta del Ratón.
-¡Qué bueno está esto! ¡Nunca me había reído tanto!
-Mira, la risa (es sana?), su majestad!
-Bueno, tú ni siquiera eres un bocado para mí, además, me has hecho reír con ganas. Anda, anda, vete por ahí, vete, vete.
-Gracias, gracias, su majestad. Nunca olvidaré su generosidad. ¡Ay mamá, mejor me voy antes de que se arrepienta. ¡Adiós!
Y sucedió que no mucho tiempo después el león estaba como de costumbre merodeando en la selva, cuando de repente..
-Eso no puede ser. Caí en una trampa. ¡Sáquenme de aquí! ¿???? ¡Yo soy el rey de la selva! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Sáquenme de aquí!
El León estaba rugiendo en el hoyo cuando el grupo de cazadores lo encontró. Lo sacaron de la trampa y lo ataron con una cuerda a un árbol. Luego se fueron a traer una jaula y una carreta para llevarselo.
-Tengo que escapar antes de que los cazadores regresen. Pero ¿cómo, cómo, qué hago? ¡No, no puedo soltarme! Terminaré en una jaula. Alguien...alguien se acerca.
-¡Buenos días, rey León!
-¡Ratoncito!
-Me parece que usted está en apuros.
-Sí, eso parece.
-¿Como ya ha pasado esto ahí, gran rey de la selva?
-Me atramparon. No puedo romper la cuerda.
-¿Es ¿?? problema, su majestad?
-No te burles. Esto será un final muy triste para mí.
-Pues yo creo que puedo ayudarte.
-¿Tú?
-Yo.
-¿Cómo?
Ante el asombro del león, el Ratoncito fue hacia la cuerda y se puso a roerla con sus afilados dientes. El Ratoncito mordió y mordió, hasta que la cuerda empezó a ceder.
-Ratoncito, ¿???????????????
-Tranquilo, tranquilo, todo está bajo control.
Se echó mordiendo aún más, y la cuerda se rompió un poco. El Ratoncito volvió a roer más y más, hasta que la querda se partió en dos.
-Gracias, ratoncito. ¡Estoy libre, libre!
-¿????????????que yo nunca podría ayudarle
-Gracias. Tu me has enseñado que no importa que pequeño sea uno, siempre puede serles útil a los demás. ¡Adiós, amiguito, adiós, gracias por tu generosidad!
-¡Adiós, su majestad!